martes, 15 de abril de 2014

EL OESTE ZAMORANO.

Estampa de un paisaje

El oeste zamorano sufre el abandono más absoluto por parte de las instituciones

15.04.2014 | 00:40
Estampa de un paisaje<br/>

Son pequeños y se expanden en torno a la espadaña de las iglesias como restos de un naufragio.
De lejos, parecen abandonados. Pueblos pobres rodeados de campos de centeno que surgieron de las escorrentías y torrenteras y crecieron en los montes junto a carrascos. Pequeñas aldeas de piedra reptando por las laderas de la Culebra entre matorrales de brezo y jara.
Es la comarca de Tábara. Tierra de lobos, fronteriza. De transición entre Aliste y Campos. Zona recia con personalidad propia en la que antaño los danzantes paloteaban al son que marcaban los tamboriles. Por el día trabajaban y, cuando llegaba la noche, requebraban a las mozas en eras y majadas. Sucedió cuando había trabajo. Antes de que la maldita crisis obligara a los mozos a buscar el pan lejos de esa tierra a la que la desidia e incompetencia de algunos negaba obstinadamente.
Ahora ya no hay romerías, las ermitas están trancadas. Donde entonces se bailaba, los ciervos berrean y los jabalíes se aparean antes de bajar al pueblo y hocicar en las huertas que bordean las viviendas.
Todo es monotonía en el paisaje. Las nuevas construcciones que, de tarde en tarde, aparecen no son más que espejismos. Fuera de eso, nada. ¡Solo inmensas soledades minerales! Las calles quedaron vacías y en torno a las escuelas ha tiempo crecieron retamas y escobones.
Es una realidad condenada a desaparecer. Como todo el oeste zamorano y siguiendo dictados partidistas, sufre el abandono más absoluto por parte de las instituciones responsables de dinamizarlo. Para ellas no figuran en el mapa, pero estos barrancos existen. Y no son yermos.
Con su sudor, esforzadas gentes los hicieron productivos. A golpe de maza y azadón fabricaron tierras en las que germinar cereales y construyeron bancales que apuntalaron con muros para evitar que las raíces de los frutales, haciendo de palanca, los precipitaran en el fondo de la quebrada. Con sus manos plantaron las cepas que ahora cubren esos montes de pizarra. Explotaron canteras, talaron bosques, labraron valles. Pastorearon en umbrías y solanas y, con la arcilla de sus barreros, levantaron asentamientos. Durante siglos, los nativos allí crecieron y procrearon.
Hoy, la vida apenas se vislumbra en esa tierra que agoniza. Si acaso, en las flores recién cortadas que adornan los cementerios tras los abatidos muros por los que asoman sus cruces blancas.

Me gustó el artículo y por eso lo ponemos en el Blog. Hay algunas verdades aplicables a nuestro pueblo y además está bien escrito. 

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